Volver a los Clásicos siempre conlleva una decisión arriesgada. El vertiginoso paso del tiempo nos hace creer que las cosas siempre están cambiando, pero revisar la obra de Víctor Hugo nos demuestra absolutamente lo contrario.
A uno le puede parecer infame que dos pueblos se enfrasquen en una lucha fratricida por Amor. O le puede parecer peligroso el libertinaje de una sociedad. Incluso sospechoso una historia de pasión correspondida. Pero el poder es el poder. Eso no va a cambiar nunca. "Los Miserables" es una historia de redención, de cumplimiento del deber. De nunca olvidar, de tratar de olvidar.
Jean Valjean es un ladrón de poca monta (que roba por hambre), Javert es un policía eximio, al servicio del orden público. Jean cometió un error y Javert debe hacerlo pagar por eso: no importan cuántos años pasen, ni las redenciones que se hagan, ni siquiera el arrepentimiento que exista. Los costos de asumir la libertad siempre se deben pagar.
La novela se entrecruza también con la historia de la Revolución (a la) Francesa. La de un pueblo hambriento que se revela contra sus monarcas. Culpando así a un rey del error cometido por muchos, pero con una Francia que está dispuesta a asumir el precio de su libertad: Napoleón. El costo de una revolución francesa contra la Europa monárquica, el enfrentamiento entre el statu quo contra la iniciativa, el zafarrancho de los reyes contra el motín francés.
Sin duda que la historia tiene muchas cosas que enseñar, pero pocos dispuestos a analizar. Incluso hoy, cuando parece que la Historia se confunde con las historias. Los Miserables es de esas novelas que uno lee deseando que esas cosas ya no pasen, que el tiempo las haya olvidado o que las haya superado: que las utopías hayan ganado… pero vasta con volver la vista hacia afuera para darse cuenta que nada ha cambiado.
El consuelo: “se sale de la cárcel, no de la condena”. Una novela indispensable.
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